Martes 6 de Mayo de 2025

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28 de febrero de 2025

La historia de Fischer-Spassky, la apasionante partida de ajedrez que paralizó al mundo en medio de la Guerra Fría

La muerte de Boris Spassky a los 88 años reflotó la leyenda del mítico enfrentamiento, que se prolongó del 11 de julio al 1 de septiembre de 1972 y le significó a su rival, de origen estadounidense, cortar una hegemonía de campeones mundiales rusos sostenida durante 24 años

>Fue un año de glicinas y quimeras. Aquel 1972 consumía tan vertiginosamente las horas que el vértigo impedía la reflexión. Se vivía todo intensamente. Y la evocación alterna el país gobernado por el General Alejandro Agustin Lanusse -quien enfrentaba bombas y secuestros- y el Mundo distendiendo la “Guerra Fría” con las visitas del presidente norteamericano Richard Nixon a Mao en China y Leonidas Brezhnev en Moscú.

Ese año de 1972 nos daba la dinámica memoriosa de mezclar los goles del “Gringo” Scotta con “Los Matadores” del San Lorenzo campeón junto al debut en la Formula 1 de Carlos Alberto Reutemann con su Brabham BT 34 en nuestro Autódromo aquella carrera que ganó Jackie Stewart con su Tyrrell seguido por Denny Hulme con McLaren.

No había tiempo para disfrutar del tango que por fin había llegado al Teatro Colón con “El GordoE Anibal Troilo, Horacio Salgan y el “Polaco” Roberto Goyeneche; o con Astor Piazzolla de regreso desde París tras su primer infarto, estrenando “Libertando” y ofreciendo ante el clamor popular la “Balada para un loco”, escrita por Horacio Ferrer. Tampoco para aplaudir a la “Negra” Mercedes Sosa estrenando su “Cantata Sudamericana” o la “Misa Criolla” junto a Ariel Ramírez. Había que viajar, ver, cubrir, escribir, reportear y aprovechar el avión para disfrutar con lo último de los Rolling Stones, su álbum “Tumbling Dice” (“Dados tirados”) en el cual se destacó “Exile On Main St”.

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“Fue como si me hubiera despertado de un largo sueño. O como si aún estuviera soñando. Me vi en una sala inmensa, silenciosa y expectante. Alrededor, unas dos mil quinientas personas ubicadas en butacas y sillas; arriba, un techo con pentágonos blancos y negros cubriendo la forma cupular; en el piso una gruesa alfombra para amortiguar el sonido del tránsito humano; al frente, un escenario con imponente cortinado blanco, cinco adornos florales de pie, un escritorio para el árbitro aislado por un biombo, un tapiz verde cubriendo todo el piso y una alfombra blanca en la superficie ocupada por la mesa de juego y los dos sillones, reclinables y movibles. Eran las 5 y 2 minutos de la tarde. Bobby Fischer y Así vi cómo el campeón del mundo aparecía en el escenario con un termo bajo el brazo, paso lento, traje azul con un pañuelo lila en el bolsillo superior y un aplauso respetuoso y prolongado. Es como si Leopoldo Stokovsky hubiera tomado lugar frente a la orquesta: el público de pie. Unos segundos después, él, el genio, el único, el futuro campeón del mundo. Paso apurado, cadencioso, brazos colgantes, traje marrón claro, corbata detonante, un vaso con jugo de naranja y una manera muy particular de dejarse caer sobre el sillón. Así como cuando en el subte alguien se levanta y lo gana el que está más cerca.

Ya estaban frente a frente Fischer y Spassky en la partida 17. Algo más que un tablero los separaba: una verdadera batalla. Acaso la de mejor nivel técnico después de la Segunda Guerra Mundial y sin duda la más histórica, promocionada y fantástica.

Durante la primera media hora me quedé en el asiento. Un asiento cualquiera, pues no hay numeración. Y es lógico: la gente entra y sale. Y son más los que viven el match fuera del recinto que los que ocupan los asientos. Porque adentro hay una gran pantalla en la parte superior del escenario que va mostrando cada movimiento. En el exterior hay pequeñas pantallas del tamaño de televisores que están ubicadas en todos lados y también dan la imagen simultánea. La diferencia está en que que desde afuera se puede hacer de todo mientras Fischer y Spassky fatigan sus cerebros; en cambio adentro sólo se permite respirar. Y afortunadamente Fischer no se ha opuesto a que ello ocurra. Pero además de lograr que la primera fila esté a 15 metros, que no haya cámaras de televisión, flashes y filmadoras, Fischer ha solicitado que no se permita la entrada a menores de 10 años y que los chicos sean revisados antes de ingresar para que les saquen los chocolates envueltos en papel de aluminio. Luego de una sonrisa, el presidente de la Federación islandesa ha prometido estudiar el requerimiento. (…).

El maestro Miguel Quinteros (uno de sus más valorados analistas) consiguió la palabra de Fischer para Radio Rivadavia. Y esto es tan imposible como que yo le gane a Fischer o a Spassky. No sólo es imposible para nosotros, los periodistas: aquí estuvo el presidente de la Federación Italiana y Fischer no lo recibió; estuvo su propio embajador y no lo recibió; estuvo el representante del primer ministro de Islandia y no lo recibió; estuvo el millonario inglés James Slater, que aportó 125 mil dólares para que Fischer doblara sus ganancias, y no lo recibió.

¿Qué podría hacer yo para que me recibiera? Por lo menos intentarlo. Eso no cuesta nada… por ahora. Y mi primer contacto fue Fred Cramer, alto dirigente del ajedrez norteamericano y, más que eso, uno de los ayudantes de Fischer. Cramer es un hombre simpático, que habla algo de español, aunque la respuesta me la dio en el idioma que todos entendemos: casi se tira al suelo de la risa cuando se lo propuse.

Yo no traía tanto dinero, pero había que seguir intentándolo. Me fui a la sala de prensa y conocí al padre William Lombardy, el principal ayudante de Fischer, uno de sus mejores amigos y el asesor general de sus cosas. No de sus negocios, porque luego de la ruptura con Edmond H. Edmonson, el hombre que firmó este match como representante de Bobby y prácticamente lo obligó a venir según ese contrato, Fischer no quiere más managers. Edmonson, respetado por todos, fue el que aceptó la participación de Bobby frente a Spassky en Reykjavik. Y aunque después Fischer no lo quería, no tuvo más remedio que venir.

Lombardy es otra cosa: un hombre joven, segundo tablero de los Estados Unidos, sacerdote, cordial y accesible. Lo encontré mientras analizaba la jugada 30 de la partida 17. Estaba con los maestros estadounidenses Larry Evans y Robert Byrne. Junto a ellos, en un sillón de ruedas y padeciendo una lamentable enfermedad, se encontraba el hombre que le enseñó a Fischer las lecciones superiores del ajedrez, el maestro Collin.

La verdad que no lo sabía porque hacía ya una semana que estaba afuera, pero le dije: “Vendrá hoy o mañana, yo soy muy amigo de él, del maestro Najdorf, y ellos me dijeron que usted haría lo posible”. La verdad es que no tengo la suerte de ser amigo ni de Quinteros ni de Najdorf, pero ellos me sabrán disculpar.

–Muy bien, escríbale una carta a Bobby en español, explique todo y en menos de una semana prometo contestarle. No le aseguro nada; usted sabe cómo es Bobby. Pero haga la carta y démela.

–Maestro, yo pienso irme el jueves, no puedo esperar una semana. –Muy bien, mañana hábleme al hotel; veremos qué suerte tenemos.

–¿Habló con Lombardy? –Sí, hablé. –¿Qué le dijo? –Le conté todo. –Muy bien –me replicó–, yo voy a poner su carta encima de todas las que Fischer tiene para esta noche. Llámeme al hotel Lofther.

Me agarró de un brazo y mientras chocábamos con la gente pensé: “Qué lío: en mi vida jugué al ping-pong y me retiré del bowling porque rompía los vidrios de los boliches donde a veces iba”.

Le dejé mi tarjeta y el nombre del hotel. Y pensé si me llaman voy. Además, jugaré con Fischer y aunque me eche a los dos minutos, por lo menos tendré algo para contar. El señor que se había interesado era Don Schulltz, encargado de recreación y deportes de Fischer. Él fue el que trajo a Archie Waters desde Nueva York, un experto en ping-pong que conocí enseguida y trató de tomarme una prueba. La mayoría de las cosas “no pude” contestarlas porque no “entendía” el inglés. Menos mal que Waters no me había escuchado hablar con Schultz, porque aunque mi inglés es muy malo sirve para pedir cosas, ¿cómo no habría de servir para hablar algo de ping-pong?

Pidió –esto fue el miércoles pasado– que desarmaran el gran plafón de luz fluorescente que ilumina el salón y las cámaras que toman para circuito cerrado el match. Geller debe ser uno de los pocos hombres en el mundo que se corta el cabello con la máquina doble cero. Cuando hablé con él y antes que le dijera nada en concreto se anticipó:

Quedaba feo decirle que eso quería y repliqué:

Pensé para mí: “¿Cómo podría saberlo si ni siquiera sé jugar al ajedrez?” Pero le contesté:

No lo encontré a Geller para contárselo. De su equipo estaba Nei Boleslavsky y la esposa de Spassky, una señora de cabello morocho, ojos negros, peinado cuidado y hermosas facciones.

Me contó que además de analizar las partidas, escribirá sobre la parte psicológica del match. El está convencido de que Fischer le planteó a Spassky una situación para la cual el ruso no está preparado. Cuando Spassky se dio cuenta, casi era tarde. Recién en las últimas partidas el campeón pudo encontrar la manera de acostumbrarse a Fischer. Según Gligoric el secreto estuvo en las aperturas.

Spassky en cambio hace una vida más normal. Tenis a la mañana, caminatas con su mujer Larisa (Solovyova) y sus amigos, almuerzo, siesta y al salón. Luego, cena y a descansar. Confía mucho en sus analistas. Más que Fischer que cuando se aplaza una partida –como la 17– se queda toda la noche y si es necesario irá a proseguir el match sin haber dormido.

Ya son las 4.30 de la tarde. Aquí la lluvia es helada y el viento obliga a un gran esfuerzo para caminar. Trataré de ver a Fischer antes de la continuación de la partida 17. Cuando llegan, el público bordea un cordón policial. Nadie puede estar a menos de 10 metros. Por primera vez Fischer ha llegado primero que Spassky: –Un minuto, por favor, soy argentino. –Rápido, tengo que entrar. –¿Qué es lo primero que hará si se consagra campeón mundial? –Descansaré un poco y trataré de que otro no me lo quite. –¿Le interesaría que lo reciba el presidente Nixon? –Podría ser. –¿Qué opina de Spassky? –Fue un gran campeón. Y basta, tengo que entrar ya mismo. –¿Algo para los argentinos? –Los quiero mucho y allí defenderé mi título si es posible…

Walter Green, el fotógrafo de la Associated Press que trabaja para Chester Fuchs, no lo podía creer. Yo tampoco. Pero él tomó las fotos y vio todo. Luego Fuchs, al visulizar el rollo, dejó de reírse como el día anterior. Al rato, me entregó las fotos, copiadas. Su odio hacia Fischer le obliga a decir que Bobby es un loco. Fuchs le ha iniciado una demanda por 1.750.000 dólares. Al no permitir Fischer la televisación, Fuchs ha dejado de ganar mucho dinero.

Se dieron la mano. Bobby salió corriendo, Spassky aplaudido y caminando lentamente. Para muchos, Spassky lo hizo conscientemente, para otros volvió a equivocarse.

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Fischer escapó siempre y obsesivamente de la prensa. Cuando fue descubierto en Los Angeles por dos periodistas de la revista Sports Illustrated, desapareció por dos años. Nadie supo nada sobre él, hasta ser detenido en Tokio al presentar su pasaporte. Estuvo preso ocho meses en 2004. Pidió y obtuvo asilo político en Islandia. Tomó esa ciudadanía y allí descansan sus restos, en el cementerio de Laugardaelir.

El match que consagró a Fischer Campeón del Mundo inspiró libros, ensayos, películas, foros y aún hoy la partida es debatida vía internet por jugadores profesionales, maestros, grandes maestros y aficionados.

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